Desandar, como quien evoca
las horas incontables de la ausencia,
el yo, desesperado en la sordera
de parajes oscuros,
de ignotas caminatas
a la orilla de lagos que abrían en sus huecos
la promesa silenciosa de una luz mortecina,
al menos para saber que allí
la esperanza latía en agonía.
El viento, viejo amigo,
rugía en el ocaso anunciando
los apocalipsis de mis horas vanas
y el mar era besado
por un cielo gris
que bajaba sediento hasta sus aguas.
La niebla me envolvía.
Mi rosario de penas
desgastó mis dedos moribundos
junto al poema póstumo
de tu despedida.
© Alberto Peyrano© 2006Buenos Aires, Argentina
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